Los que no… obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo…sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor.
2 Tesalonicenses 1:8-9
Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
1 Timoteo 1:15
Es el lema de los bomberos de París. Lo llevan bordado en su uniforme. Da testimonio de querer salvar a las personas que están en peligro, aunque sea a costa de su propia vida: 300 bomberos lo ilustraron trágicamente el 11 de septiembre de 2001, en Nueva York.
El Evangelio va más lejos aún: era imposible que Jesucristo nos salvara sin dar su vida. El más grande peligro que nos amenaza es el de “las llamas eternas” (Isaías 33:14).
Sin duda sólo es una imagen, pero es muy apropiada para evocar la espantosa realidad del ilimitado sufrimiento que alcanzará a los que por la eternidad estarán lejos de Dios. ¿Por qué tal alejamiento? Porque el hombre obra mal y Dios es absolutamente santo. Su santidad excluye todo mal de su presencia. La felicidad de estar con Dios, ser “perfeccionados” según la epístola a los Hebreos 11:40, es estar en el perfecto bien, estar separado de todo mal. Por el contrario, el infierno es estar alejado de ese bien perfecto y permanecer en el remordimiento y la condenación.
Jesucristo vino a este mundo para apartarnos de esta terrible suerte a la cual nuestros pecados nos destinaban.
Difícilmente se concebiría que una persona atrapada en un incendio pudiera rehusar el socorro de un bombero que arriesgara su propia vida para salvarla. Sin embargo, esta es la actitud de aquellos que rechazan la salvación por la fe en Jesucristo.