Habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
Mateo 13:46
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante.
Efesios 5:25-27
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¡Una perla preciosa! Así habla Jesús de su Iglesia simbólicamente. Así la había visto antes de su formación y por amor a ella renunció a todos sus derechos para adquirirla. Esta Iglesia se compone del conjunto de todos los creyentes, por los cuales dio su vida. Todos son uno con él y están íntimamente unidos por el Espíritu Santo. Actualmente el Señor edifica a su Iglesia, la sustenta, la cuida y la prepara. El Señor conoce las debilidades de los suyos. Las tiene en cuenta y disciplina a sus amados individual y colectivamente. Pero en su pensamiento ya ve el resultado final de su obra en la cruz. Un día se la presentará “gloriosa”, sin “mancha ni arruga ni cosa semejante”.
Si miramos a los cristianos en general, constatamos profundas divisiones y muchas inconsecuencias en ellos. Desde este ángulo, ¡hablar de la hermosura de la Iglesia estaría fuera de lugar! Pero podemos ver las cosas de otro modo: entonces nos damos cuenta de que el Señor obra en medio de los suyos y produce en cada uno algunas expresiones del amor de Dios y de su justicia. Entonces aprendemos a mirar a los creyentes como desde arriba, a verlos por la fe como el Señor los ve. Al amarlos, se disciernen los aspectos de la hermosura moral de la Iglesia, a pesar de sus debilidades y sus heridas.