No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.
Juan 5:30
La dependencia del Hijo de Dios
El Señor Jesús era y es el eterno Hijo de Dios. Este hecho está subrayado especialmente en el evangelio de Juan. Jesús siempre afirmaba a sus prójimos que Dios era su Padre y que éste lo había enviado. Pero la mayoría consideraba que tales palabras eran blasfemas: “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18). Pero al final de esa declaración el Señor dijo de sí mismo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”. En Mateo y Marcos también hallamos afirmaciones del mismo tenor: “El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo”, y “de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles… ni el Hijo, sino el Padre”. Con esto Jesús quería decir: Mientras estoy en esta condición de Hombre, no es asunto mío hacer algo, o dar, o saber tal cosa. ¿Significa esto que él no era Dios? En absoluto. Él es Dios, pero estas tres expresiones muestran la humilde dependencia en la cual se hallaba para nuestra salvación. Nos dejan ver algo de lo que significaba haberse despojado y humillado “a sí mismo” (Filipenses 2:7-8). Tomó voluntariamente este lugar como ser humano. Pero su lugar eminente en la unidad de la Deidad no se haya disminuido en nada.
Es de desear que la contemplación de esta Persona, tanto en su grandeza como en su profunda humillación, siempre nos lleve a adorarla.