Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.
Isaías 9:6
La profecía de Isaías se refiere al Señor Jesús, quien nació de María en Belén. Él es el Hijo que nos fue dado: el Hijo de Dios que se hizo hombre, y como Hijo del Hombre, llegará a dominar no sólo sobre su pueblo terrenal, Israel, sino sobre el universo entero.
Él lleva una serie de nombres gloriosos. El primero de ellos es “Admirable”. En el libro de los Jueces hallamos una alusión a este nombre. Cuando Manoa, el padre de Sansón, le preguntó por su nombre al Ángel, éste contestó: ”¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable?”. Y cuando Manoa trajo un cabrito para ofrecerlo sobre una peña a Dios, el ángel obró de manera sorprendente al subir al cielo en las llamas del sacrificio.
No sólo lo que el Señor dice y hace es admirable, sino que también es admirable e inconcebible en su persona. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. No se le puede comprender con la razón. Y cuando aparezca con poder y gloria, visible para toda la humanidad, él llevará un nombre que ninguno conoce, “sino él mismo” (Apocalipsis 19:12).
Cuando lo observamos como hombre en humillación, como nos lo describen los evangelios, podemos decir realmente: Cada palabra que él dijo y todo lo que hizo prueban que él es admirable. Que él fuera sin pecado y, sin embargo, amigo de los pecadores, es aún más admirable. Precisamente todo esto está incluido en el nombre de Jesús.