María… dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
Lucas 2:7
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis 3:20
¿Estaba lleno el mesón? Los padres de Jesús, ¿eran demasiado pobres? Lo cierto es que no había lugar para ellos. Al nacer, Jesús fue acostado en un pesebre. ¿Era esta la acogida apropiada para el enviado de Dios?
Él no fue admitido en el mesón, pero hoy en día él desea entrar en nuestro corazón. ¿Tenemos lugar para él? ¿Queremos recibirle? Esto consiste sencillamente en creer en él, comprender que murió en nuestro lugar y amarle. Jesús fue crucificado para sufrir el castigo que nosotros merecíamos. Ahora él vive, y si le aceptamos, habitará en nosotros mediante su Espíritu.
Cristianos, preguntémonos: ¿Qué lugar tiene Jesús en nuestra vida? ¿En qué está ocupado nuestro corazón, en qué pensamos a lo largo del día? Si nuestra mente está llena de preocupaciones y de pensamientos diversos, no habrá lugar para el Señor. Jesús es el don de Dios. Tomémonos el tiempo para acogerle mediante la oración y la lectura de la Escritura.
“Hoy es necesario que pose yo en tu casa”, dijo el Señor a Zaqueo. Éste descendió aprisa y le recibió gozoso (Lucas 19:5). Zaqueo necesitaba a Jesús, ¿y nosotros? Jesús te dice: -Quiero habitar en ti; dame un lugar en tu trabajo, en todos tus ratos libres… ¿Qué vas a responder? Sí, “que en todo él tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).