Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad.
2 Timoteo 3:5 NVI
Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él, 7 arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud.
Colosenses 2:6-7 NVI
Desde hace varios años, en Navidad se <<planta>> un abeto de cerca de veinte metros de altura en la esquina de la plaza Kléber en Estrasburgo (Francia). Ese árbol causa la admiración de numerosos transeúntes.
Sin embargo, por más hermoso que sea, presenta una diferencia fundamental con todos sus semejantes que pueblan los bosques de los alrededores. En efecto, este abeto no tiene raíces. Sencillamente fue cortado y <<plantado>> en medio de los adoquines. Durante unos días, dará la impresión de estar vivo.
Muchas personas se parecen a este árbol: Tienen una apariencia de vida religiosa. Con una sólida cultura cristiana frecuentan oficios y participan de obras caritativas, pero sin tener una verdadera relación con Dios.
Después de las fiestas se quitará el árbol y el hueco será nuevamente tapado. Pero, ¿qué se hará con el majestuoso árbol de Navidad? ¡Se convertirá en leña para calefacción o en algunas tablas! Los demás abetos, en cambio, seguirán creciendo y viviendo.
Si nuestra fe se resume en pertenecer a una religión, somos como ese árbol. Nuestra vida cristiana sólo es apariencia. Quizá fuimos bautizados o casados en una iglesia. Dicho de otro modo, somos cristianos de circunstancia. Pero si conocemos a Cristo como nuestro Salvador personal, nuestra vida espiritual está enraizada en él. ¿Tenemos esta relación viva con Dios?
Nuestra vida cristiana debe caracterizarse por una fuerte y profunda relación con nuestro Creador, relación que se fundamenta en conocerlo cada día más a Él, pero, ¿cómo puedo conocer más a Jesucristo? Leyendo y practicando su Palabra, así Él nos habla; orando sin cesar, así nosotros hablamos con Él.