Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz.
Salmo 19:1-4
El propietario de una hermosa casa recibió por primera vez la visita de un pariente lejano. Éste perjuraba y blasfemaba sin cesar. Cuando se le preguntó si no temía ofender a Dios al proferir semejantes palabras, el visitante respondió que no, porque decía que él nunca había visto a Dios. Al día siguiente, los dos hombres miraron juntos algunos cuadros.
-Los pintó mi hijo, dijo el propietario. El visitante quedó maravillado, pero las sorpresas todavía no se habían acabado. A lo largo del día, los dos hombres tuvieron la oportunidad de admirar varios trabajos realizados por el hijo del anfitrión en diversos campos como el jardín de adorno, la instalación interior e incluso arreglos en el seno de la comuna. Cada vez el visitante preguntaba: -¿Quién hizo esto? Invariablemente obtenía la misma respuesta:
-¡Mi hijo! Finalmente el hombre exclamó:
-¡Qué suerte tener un hijo así!
-¿Cómo puede decir semejante cosa? Usted nunca ha visto a mi hijo.
-¡Pero veo lo que hizo!, fue la respuesta.
-Pues bien, venga a la ventana y mire todo lo que hizo Dios. ¡Usted nunca lo ha visto, sin embargo, ha visto sus obras!
A Dios nadie le vio jamás, pero el lector puede contemplar su creación y reconocer su existencia y grandeza.
Puede y debe creer que este gran Dios Creador también es el Dios Salvador, quien dio a su Hijo Jesús para llevarle a él.