(Dios) con sabiduría fundó la tierra; afirmó los cielos con inteligencia.
Proverbios 3: 19
Un astronauta que volvía del espacio exclamó: -No encontré a Dios. Cierta vez un filósofo dijo: –Dios ha muerto. Más modesto, el científico Einstein declaró: -Mediante las matemáticas sé que Dios existe, pero por ellas no puedo hallar a Dios. Él decía creer en un Dios que se reveló al hombre por medio de la armonía de todo lo que existe.
Mucho antes que él, el apóstol Pablo escribió: «Ellos conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la ha hecho evidente. 20 Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios». (Romanos 1:19-20). Sea que admiremos con el telescopio la prodigiosa densidad de la Vía Láctea, o con el microscopio el polvo que cubre el ala de una mariposa, o aún el mundo tan complejo del ADN, comprendemos que sólo Dios puede haber ideado el misterio de la vida. Verdaderamente se debería ser un “necio” para no reconocer en toda la naturaleza la firma del Creador (Salmo 14:1).
Pero creer en la existencia del Dios creador no salva el alma, sino que es necesario reconocerse culpable ante él, aceptar el juicio que Dios emite sobre el ser humano y creer en el sacrificio expiatorio del Señor Jesús. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36)